lunes, 8 de noviembre de 2010

Era mi esposa...


Se escucharon disparos, cuando menos de tres escopetas y un cuerno de chivo. Inmediatamente y por instinto salí de las oficinas del periódico para ver de dónde venían los tiros y averiguar qué sucedía.
Cuatro tipos con pasamontañas, vestidos todos con camiseta blanca y pantalón militar negro, observaban el cuerpo en medio de la calle de un hombre vestido de traje gris, ya sin medio rostro y pintando boca abajo el asfalto de rojo necrum como portada de revista de nota roja.
Me acerqué un poco hasta llegar a un auto estacionado y logré esconderme lo suficiente cerca como para escuchar lo que decían: “Cómo son pendejos, este hijo de nadie no es el bueno”. Y sonó mi celular. Era mi esposa. Seguramente para recordarme que pasara a recoger la ropa con el sastre o para reclamarme el cheque rebotado de la colegiatura de las niñas… antes de apagar el teléfono, contestar o salir corriendo, ya tenía una escopeta apuntando a mi rostro y quien la apuntaba gritaba: “Éste es, jefe, este güey es el bueno, es el reportero”. Y disparó.

viernes, 5 de noviembre de 2010

A falta de...


A falta de equilibrio, buena suerte.